La tradición de la entrega de un anillo de compromiso tiene su origen en los caballeros romanos. Estos aseguraban su compromiso con su amada entregándoles una pieza de hierro en forma de aro que las mujeres guardaban hasta que se cumpliera la promesa de matrimonio. Con el transcurso del tiempo la tradición se fue modificando y se popularizó el uso del diamante. En esta joya tan simbólica y especial la incorporación del diamante ha llevado a realizar cortes y monturas especiales para optimizar su brillo y blancura. De hecho a través de los siglos el diamante adquirió su condición de regalo esencialmente identificado con el amor, asociándolo con el romance y la leyenda. En la antigüedad los griegos creían que los diamantes eran fragmentos de estrellas caídos sobre la Tierra. Algunos de ellos sostenían que eran lágrimas de los dioses. La verdad es que el origen exacto de los diamantes continúa siendo un misterio, aún para los científicos de hoy en día. Se dice que el primer anillo de compromiso con un diamante y las características del que actualmente se entrega, fue el que en 1477 le regaló el Archiduque Maximilliano de Austria a Mary de Burgundy. La razón por la que las mujeres usan el anillo de compromiso en el dedo anular de la mano izquierda data del tiempo de los egipcios quienes creían que la “vena amoris”, vena del amor, iba directamente desde el corazón hasta la punta del dedo anular de esa mano. Desde entonces y hasta la fecha, para millones de personas en todo el mundo, ese fuego, misterio y magia, así como la belleza y el romance que se desprenden del brillo de un espléndido solitario expresa el compromiso de cuidado, fidelidad y amor eterno. Todo lo que el corazón siente pero que las palabras no pueden expresar.